La Mole ratificó su retiro tras el triunfazo ante el Carnicero Díaz y pese a estar en la ola mediática. “Mi familia no quiere que pelee más”. Ahora pretende ser promotor.
Ni los flashes, ni ser uno de los tipos que más rating le da al “Bailando” de Tinelli. Tampoco haber recuperado el título argentino pesado. Nada logra cambiarle su impronta made in Villa del Rosario. Fabio Moli sigue siendo La Mole, capaz de salivar en medio de una nota. Ese grandote que no tiene momentos particulares para la gente: siempre que alguien le pida una foto, él se va a prestar. En la puerta de Ideas del Sur, en una calle cualquiera, en la mesa del restaurante donde fue a comer luego de bailar a Lisandro Díaz, en Córdoba, en su última pelea profesional. Al menos es lo que aseguró sin titubeos.
Su familia es lo primero. Su Negra y sus hijas. Y su entorno, que también parece distinto al de los habituales amigos del campeón. A su lado hay gente como él. Nadie le rinde excesiva pleitesía. La Mole no lo aceptaría. Todo natural. “Olé, olé”, le pidió a Mariana Conci, su pareja en el Bailando, mientras le acercaba a la nariz su pecho transpirado, en el vestuario ganador. Un Moli auténtico y brutal. “Soñé re- tirarme así”, dijo. ¿Fue la última, entonces? ¿Dejamos el récord en 42-8, 28 ko?
-Sí. Marcelo Domínguez me dijo: “Retirate con esta imagen, amigo”. Mi familia no quiere que pelee más. Yo les pedí está última pelea. Me aprobaron. Me entrené como loco. No estuve nunca en las casas (sic). Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer. Y esa mujer me bancó siempre. Me pone feliz la mujer y la familia que tengo. Estoy en mi mejor momento, amo el boxeo, pero ya está.
-Se decía que no te habías preparado bien…
-Llegué bárbaro, excelente. Si hasta bailé en el ring, culiao’... Me costó agarrar la distancia. La verdad, estaba para bailar y pegarle los diez rounds así. Soy más fuerte. El Carnicero me demostró que es muy guapo, que aguanta.
-¿Estabas bien preparado por los entrenamientos del Bailando o porque te preparaste en serio?
-Nada que ver el baile con las cosas técnicas. Con Carlos (Del Greco, su DT) nos preparamos muy bien. Trabajábamos desde los miércoles a los domingos. Porque lunes y martes yo estaba en Buenos Aires. Como quería ver a mi familia, Carlos se venía a casa y trabajábamos ahí.
-¿Te acordás la nota de Olé con la media res?
-Sí, señor... Me hicieron poner una media res en el cogote. Tenía 100 kilos...
-¿Y de tus comienzos?
-Me acuerdo todo. Cuando el doctor Bladimiro Sodero me dijo: “¿Querés boxear?”. Le contesté: “¿Me van a pagar?”. Y empecé en el boxeo. Rebobinando 16 años, él también tuvo mérito. Discutimos mucho con ese viejo terrible. Firmamos contrato por tres años y nos quedamos diez juntos. Pasamos los mejores momentos, me bancó una barbaridad.
-¿Ahí pensabas que ibas a durar tanto?
-Yo amaba boxear. Cuando un chico va al gimnasio y me dice quiere boxear, lo subo al auto. “¿Vos sabés lo que es el boxeo? No es subir y cagarse a trompadas”, le digo. Vos arrancás ahora, y mañana te duele todo. Ahí es cuando tenés que levantarte. Yo empecé con 140 kilos. ¿Sabés lo que sufrí? Hoy estoy acá, retirándome campeón.
-¿Qué vas a hacer?
-Quiero ser promotor.
-¿Te ves en eso?
-¿Quién mejor que yo? Un tipo que lo ha vivido, que transpiró, que sabe lo que son los golpes, lo que un boxeador necesita. Me gustaría formar boxeadores.
-¿Qué es más fácil: pegarle al Carnicero Díaz o agarrarte con la Alfano?
-Yo tengo sangre. Cuando me caliento con el jurado no me puedo desahogar. Arriba del ring, sí.