Como un tomate. La cara de algunas personas se vuelve literalmente roja cuando pasan vergüenza. El rubor es una reacción fisiológica natural ante estímulos físicos -cambios de temperatura, esfuerzo, consumo de alcohol…- o psicológicos -ansiedad, nervios, vergüenza…- y hay individuos más propensos porque tienen la piel más clara, más fina o con mayor densidad de pequeños vasos sanguíneos. Ciertos sujetos atraviesan un verdadero tormento cuando les salen los colores, hasta el punto de que evitan las situaciones que asocian al enrojecimiento facial. Cuando ese temor a sonrojarse adquiere la categoría de una fobia, algunas personas se plantean someterse a tratamiento psicológico. Otras prefieren un método más expeditivo y optan por la cirugía: la simpatectomía torácica consiste en la extirpación de unos ganglios del sistema nervioso simpático que controlan la circulación de la sangre en la parte superior del cuerpo y está indicado en algunos casos extremos de enrojecimiento facial.
El psicólogo Antonio Luis Maldonado, del Centro Psicológico Alborán de Granada, explica que el rubor forma parte de la reacción de los seres humanos frente a una situación peligrosa, que implica cambios como el aumento del ritmo cardiaco, la tasa respiratoria y la tensión arterial o la dilatación de las pupilas. Esta respuesta inmediata prepara al sujeto «para luchar o huir»: con esos cambios mejora su visión periférica, activa su musculatura y, a causa de la «vasoconstricción periférica», previene un desangramiento en caso de resultar herido. A diferencia de los animales, recuerda, los humanos somos capaces de ejercitar esta respuesta ante una situación peligrosa no real, sino imaginaria.
Hay que dejar totalmente claro que el rubor ni es una enfermedad ni es un trastorno psicológico, sino que es una reacción fisiológica totalmente normal -insiste Maldonado-. Lo que es un trastorno psicológico es la fobia o el miedo al rubor, también llamada ereutofobia» (del griego ‘ereutos’, ‘rojo’, descrita por primera vez en el siglo XIX).
Calor en la cara
El psicólogo explica que el rubor facial llega a producir miedo por dos vías distintas. Por un lado, por «experiencias aversivas directas», es decir, porque la persona ha sido objeto de burlas o risas por ponerse colorada delante de otros, por lo que una sensación que antes era neutra (notar calor en la cara, puesto que uno no suele verse a sí mismo sofocado) empieza a ser temida. El segundo mecanismo es el «condicionamiento clásico» que estudió Pavlov en su famoso perro: «Como ese rubor aparece en situaciones que producen ansiedad, por ejemplo hablar en público o cometer un error social, adquiere la capacidad de producir ansiedad». En cualquiera de los dos casos, el sonrojo acaba convirtiéndose en una obsesión y, cuanto más se le teme, más fácil es ‘encenderse’.
Quien padece esta fobia, destaca el psicólogo, evita las situaciones que le sacan los colores, que generalmente son sociales. Es raro que alguien esté preocupado por ponerse rojo cuando está solo en su casa; lo que le agobia es que alguien lo vea y se ría.
«Como en otras fobias, hay también ansiedad anticipatoria» , describe el especialista. El afectado se tortura de antemano: «Cuando hable en clase me voy a poner colorado, se reirán de mí, pensarán que estoy nervioso, que soy raro, todos lo van a notar…».
Maldonado asegura que raramente se presenta la fobia al rubor en solitario; es más frecuente que ese miedo sea un síntoma más dentro de una fobia social. Así, la mayoría de los afectados experimentan también otras sensaciones desagradables en su relación con las demás personas -temblor, taquicardia, sudor…- y es frecuente que padezcan «cierto déficit en habilidades sociales», o sea, problemas para comunicarse con los demás en escenarios cotidianos y tendencia al aislamiento.
Tratamiento
El psicólogo, que aplica en su consulta el modelo conductual, destaca que el tratamiento más adecuado para la ereutofobia es «la exposición gradual en vivo con prevención de respuesta». En resumen, se trata de que el paciente se someta a las situaciones que le producen fobia, pero gradualmente: comenzará entrenando una situación social poco agobiante para él (por ejemplo, esperar en la cola del banco), cuando la tenga superada pasará a una que le produzca más bochorno (podría ser entablar una conversación casual con un desconocido) y terminará con lo que considere el colmo de lo sonrojante (una opción es intervenir en un coloquio público).
Si el temor a ruborizarse forma parte de una fobia social, agrega, habrá que aplicar también otros tratamientos, como el entrenamiento de habilidades sociales -aprender a iniciar y mantener conversaciones con conocidos y con desconocidos, decir no, pedir cosas, expresar emociones positivas y negativas, recibir críticas…-, programas de mejora de autoestima y modificación de pensamientos negativos. Algunos ejercicios se hacen en la consulta -mediante un juego de rol con el psicólogo o en grupo con otros pacientes- y otros en la vida real.
Antonio Luis Maldonado es contrario a ‘operar’ este problema sin probar antes soluciones menos radicales, ya que la eficacia del tratamiento psicológico de las fobias es «cercana al 100%». A su juicio, las técnicas quirúrgicas no tendrían que considerarse como primera opción; antes, los afectados deberían saber que hay alternativas para curar la fobia al rubor o la fobia social.
Extirpar el miedo
«Me parece una barbaridad que a una persona, no porque tiene rubor, sino porque tiene miedo al rubor, se le haga una intervención quirúrgica -indica-. En la fobia social también hay miedo a que otros te vean el temblor o el sudor. ¿Qué le extirpamos para que no tiemble? Y si tiene miedo a los ascensores, ¿qué hay que hacer, extirpar todos los ascensores de España…?». Lo correcto, afirma, es lo contrario: «En las fobias no hay que eliminar el estímulo fóbico, sino enfrentarse a él y darse cuenta de que no es peligroso, de que no pasa nada».
¿Qué es el rubor?
El enrojecimiento o rubor en la cara
es resultado de la vasocompresión (encogimiento) de los capilares (pequeñas arterias) sanguíneos que irrigan las zonas de la cara, especialmente de las mejillas y las orejas.
¿Por qué me ruborizo cuando estoy nervioso?
La vasocompresión consigue que la sangre circule a mayor velocidad permitiendo una mayor frecuencia en el trasvase de nutrientes y oxígeno a las células del cuerpo. De este modo el cuerpo, más alimentado y oxigenado, puede iniciar con todas las garantías una acción de emergencia.
Las acciones de emergencia son aquellas reacciones que tenemos ante situaciones extremas de peligro.
De forma natural el hombre ante la detección de un peligro enciende motores para una posible acción de urgencia. Es entonces cuando notamos que se acelera nuestro corazón y aumenta nuestra frecuencia respiratoria. A la vez, y sin que lo advirtamos, se activan otros procesos en el interior de nuestro organismo como es la liberación de adrenalina por la cápsulas suprarrenales, la secreción de jugos (ph ) en el estómago y la constricción de los vasos sanguíneos para proveer a nuestros músculos de una ración extra de nutrientes y oxígeno, por si acaso ... y provocando, como efecto colateral, la aparición del rubor.
¿Por qué me acaloro y me ruborizo?
El miedo es la reacción que experimentamos ante la detección de un peligro inmediato (un perro amenazador, un delincuente, una falsa maniobra)
El hombre mejor que ninguno de los seres vivos del planeta es capaz de adelantarse a la aparición del peligro y poder de este modo, prepararse y actuar antes de que este aparezca realmente (las huellas de un lobo, el olor a gas, la puerta de la entrada abierta, los malas resultados económicos de la empresa, la tensión social de mi país, ...)
Las preocupaciones que tenemos diariamente son los temores o ansiedades ante los peligros potenciales que acechan con llegar a cumplirse (terminaré bien el trabajo? estará mi jefe contento conmigo? Podré llegar a fin de mes? ...)
Estas preocupaciones o ansiedades son las responsables de la activación de mi organismo ante la señal de alarma que provocan, generando fenómenos colaterales variados como los efectos de calentamiento que pueden convertirse en rubor.
¿Por qué otros nunca se ruborizan?
Si bien es cierto que hay personas más propensas a ruborizarse que otras, puesto que hay personas más ansiosas que otras, no es cierto que existan personas que NUNCA se ruboricen. La sensación de acaloramiento que todos sufrimos especialmente al experimentar vergüenza no siempre se traduce en un enrojecimiento de la piel puesto que factores como el color o la finura de la piel determinan en gran medida el ser fenómenos mejor o apenas observados.
¿Por qué me ruborizo si antes no me pasaba?
La respuesta es porqué he aprendido a ruborizarme cuando me pongo nervioso.
El aprendizaje de cualquier habilidad es un proceso lento que se adquiere con la repetición (andar, escribir, leer, conducir, etc.) Para ello simplemente basta practicar un suficiente número de veces.
El rubor es en sí una respuesta natural de nuestro cuerpo al experimentar tensión, como puede ser la sudoración de las manos o las ganas de orinar.
Antes o después todos hemos reaccionado sonrojándonos en alguna ocasión.
Si yo no le doy mayor importancia, incluso si ni siquiera me fijo en ello, es probable que pase tiempo antes de que vuelva a ruborizarme otra vez. Pero si un día sonrojado me siento especialmente incómodo es probable que para la próxima vez que me sienta ansioso recuerde y repita el rubor de la vez anterior. No siempre que me ponga tenso voy a sonrojarme, pero sí cada vez que lo haga voy a ir tendiendo (aprendiendo, habituándome, acostumbrándome) a reaccionar de este modo.
¿Los que se sonrojan son tímidos?
La persona tímida siente ansiedad (vergüenza) cuando se ve o se sabe observado. Su preocupación es cómo me verán los demás? temiendo siempre no conseguir la aprobación de los otros.
Sonrojarse representa para la persona tímida una manera de delatarse o de llamar la atención. Algo que en ningún caso desea. Así fácilmente la persona tímida está más atenta a la aparición del rubor que otra persona y de este modo, sin desearlo, aprende con mayor facilidad a reaccionar de este modo. Por eso las personas tímidas tienden a ruborizarse con más frecuencia.
¿Cuándo el rubor es un problema?
Cuando el rubor deja de ser una reacción normal a una tensión y se convierte en la fuente de la tensión misma.
Normal: Tensión -- Rubor
Problema: Rubor -- Tensión -- Rubor
Hablamos entonces de problema cuando pasa a ser una preocupación, un temor más (en este caso miedo a que aparezca) y que provoca que este temor al rubor genere su aparición.
¿Por qué me siento tan mal cuando me sonrojo?
Porque pienso que cuando me ruborizo estoy llamando la atención de la gente.
Y porque descubro que no sé controlar la aparición del rubor.
¿Por qué a veces dura mucho rato?
Por que el acaloramiento que sentimos en la cara es ya motivo suficiente para estar tensos y provocar más acaloramiento. Se genera el fenómeno del pez que se muerde la cola, pues la mera aparición del rubor provoca la tensión que alimenta el rubor. El fenómeno se mantiene tanto rato como prestemos atención al acaloramiento y se interrumpirá cuando nuestra atención se dirija durante un tiempo mínimo hacia otros asuntos.
¿Por qué en los mismos lugares y situaciones?
Por que donde tengo más miedo de ruborizarme es en esos lugares y situaciones. Precisamente ahí donde pienso que sería el peor lugar o la peor situación en la que pudiera aparecer mi rubor es donde ese miedo es el que provoca lo que más temo, sonrojarme. El hecho de estar nerviosos por si nos ruborizamos al entrar en esos sitios es la tensión que dispara como una espoleta obligando al cuerpo a reaccionar ruborizándose.
¿Cómo puedo evitar tener miedo?
El miedo tiene la tendencia a magnificarse cuando no está presente lo temido. El refrán No es tan fiero el león como lo pintan da una idea de lo que ocurre con las cosas que nos asustan o nos desagradan. El jefe es menos ogro cuando lo conocemos que el primer día que lo vemos, el examen de conducir es menos difícil cuando lo hemos hecho que antes de hacerlo, etc.
La expresión Más vale malo conocido que bueno por conocer da idea que tememos siempre más aquello que desconocemos que lo que conocemos. En la medida que conocemos lo que tememos conseguimos perderle el respeto y el miedo.
¿Sólo enfrentándome puedo vencer el miedo?
Sí, el único modo que tiene una persona para vencer sus temores es enfrentándose a ellos.
Imaginemos a una persona que nadando en la playa traga un poco de agua y se asusta pensando podía haberse ahogado. Después de este episodio entenderemos fácilmente sus resistencias a meterse de nuevo en el agua; ha cogido miedo de ahogarse.Lo peor que puede hacer esta persona es decidir dejarse vencer por sus temores no lanzándose al agua y dejarlo para una mejor ocasión. Cuando vuelva y quiera enfrentarse de nuevo a su miedo recordará lo mal que lo pasó la ocasión pasada y con toda probabilidad pensará que lo más prudente será dejarlo para cuando se le pase el miedo. No sabe que siempre que vuelva decidido a echarse al agua recordará el episodio que originó su temor. Pero no sólo eso, sino que además concebirá inadvertidamente, que si ha sido vencido tantas veces por el miedo es porque ese miedo es mayor de lo que suponía en un principio. Y efectivamente lo es, puesto que va sumándose y aumentando a medida que es vencido por su temor.
¿Qué ocurre si evito enfrentarme a lo que temo?
Como decíamos muchas personas, antes que enfrentarse a lo que temen, prefieren evitarlo. Con ello consiguen no sólo no acallar su miedo sino agrandarlo. Pero no sólo eso, sino que evitándolo alteran la marcha normal de las cosas. Por evitarme un mal trago AHORA pago las consecuencias DESPUÉS. Las personas que se ruborizan tienden a evitar las situaciones de contacto personal que provocan que se sonrojen y sin advertirlo van tendiendo al aislamiento.
¿Cuánto puedo tardar en recuperar el control?
Cuando se habla de aprendizaje nunca se puede hablar con precisión de tiempo. Recuperar el control emocional del miedo es una tarea que requiere el curso de unos meses hasta medio año. Existen progresos que van haciéndose más patentes conforme pasa el tiempo. Siendo en un principio más lentos y agilizándose posteriormente para ralentizarse finalmente. Las progresiones con frecuencia se acompañan de recaídas pasajeras pero importantes por ser puntos difíciles de traspasar sin alguna imperfección.
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Es tanto el énfasis que se puede poner en la educacion de los modales que como resultado del éxito formador creamos una persona excesivamente temerosa de unas voces internas -una conciencia hipercrítica- similares a las que en su día afeaban sus conductas (...no seas guarro, eso que haces es asqueroso, atufas a queso de cabrales, pareces un pordiosero, no seas grosero, malcriado ni parezcas un obseso sexual...). La posibilidad de que alguién pudiera juzgarnos en falta nos avergüenza como si estuvieramos siendo pillados en una mentira o llevásemos una mancha ostentosa.
El pudor nos conduce a resultar excesivamente comedidos, distantes, respetuosos y dificulta el contacto físico y emocional con las demás personas, con las cuales nos tendríamos que apretar la mano, abrazar, rozar, acariciar y mirarnos descaradamente para realmente compenetrarnos como humanos que somos (y no arcángeles o extraterrestres).
Además, los otros intuyen nuestra seriedad, antipatía o deseo de aislamiento, con lo cual no se animan a acercarse de una forma que supla nuestras carencias, espantados por la pasividad y el recelo que mostramos. Más que no vernos nos malinterpretan para la misma falta de señales que por cautela dejamos de producir. Nuestro comportamientono resulta coherente con nuestro deseo.
Debemos a pesar de todo exponernos, intentar acercarnos a las situaciones sociales y amorosas porque la fuerza de nuestro instinto nos dice que hemosde ir hacia los demás para satisfacer nuestras necesidades más importantes, pero este acercamiento es furtivo, temeroso, no sabemos siestaremos a la altura de las circunstancias. Y es precisamente en ese instante en el que vemos que nos encuentran y nos miran, que experimentamos la vergüenza de aspirar a su beneplácito sin sentirnos aptos para ello. El rubores una señal clamorosa que delata nuestra vergüenza, y que nos hace imposible disimular y pasar desapercibidos: creemos que el engaño está a la vista como una desagradable mentira que humilla nuestras pretensiones de normalidad.
El mismo hecho de estar avergonzados nos avergüenza como algo que no debería ser y que nos descalifica como personas débiles e inmaduras. En cambio, si no apareciera ese calor en la cara que nos enciende el farolillo rojo de ¡aviso!, no llamaríamos la atención y podríamos estar tranquilos como un ladrón que roba sabiendo que las cámaras de seguridad están apagadas. Estamos tan preocupados por eso que se escapa en nuestro rostro que el espanto de vernos perdidos desarrolla en nosotros la anticipación de toda clase de situaciones penosas que podrían sobrevenirnos con nuestra debilidad.
Estas escenas en las que enrojecemos imaginariamente nos debilitan aún más si cabe, acentuando la susceptibilidad al acercarnos a una situación real, teniendo miedo de que lo temido se realice. Contra más miedo tenemos más vergüenza podemos aportar por el hecho de sentir miedo. De hecho el rubor patológico consiste en el arte de avergonzarse de tener inseguridad y vergüenza, y este arte consiste en aumentar, exacerbar el temor a base de evitar las situaciones, beber alcohol para tener valor, estar pendientes de nuestra cara, entrar en pánico al detectar la primera señal de acaloramiento, no mirar de frente, acortar las frases, no comprometerse con nada, vernos perdidos, sumergirnos en una pesadilla interior.
Es la conducta ineficaz, son las reacciones emocionales disparatadas las que vuelven el rubor algo aparentemente incontrolable, pero sin embargo producido por nuestra propia falta de puntería.
En cuanto suprimimos toda anticipación, optando por pasar el mal trago exclusivamente cuando toca, y dedicando el resto del tiempo allevar a cabo actividades agradables, esta forma indirecta de animanos nos hace disminuir el problema. Si ademas tenemos un buen enfoque en el momento real, respirando hondo, relajándonos, y sobre todo hablando como si no suciedera nada, intentando poner la atención fuera, enlo que se dice, en lo que se ve y oye, sólo entonces, dejando detener pose de víctima sorprendida en falta, actuando a pesar de todo, condiderando más importante el hacer que concentrarse en loque se siente. sólo entonces el rubor comienza a disminuir al verque ya no nos avergonzamos de él.
El rubor es el lado fisiológico de la vergüenza, y lo que los humanos podemos controlar no es precisamente la reacción física sino lo que causa el temor. Es la autoobservación espantada, es sobreestimar lo que nos afea el sentimiento antes los juicios de los demás, es la autoexigencia poco benevolente con las debilidades, y es la cobardía de no exponerse en lo que consiste esa causa de nuestros males. En contraste con ello, el expresarnos tolerando la vergüenza como asunto decorativo menor, hablando con mas ampulosidad, extensión y voluntad de implicación, preocupandonos más por el mundo que por la apariencia de nuestra cara, y decidiendonos de una vez por todas a ser nosotros mismos tal como somos, es entonces cuando nos curamos de lo que nos debilita: el ser aguados, desleidos, sombras formales, temerosos del resultado de aparecer siendo imperfectos y únicos.
No ser compententes, guapos, simpáticos contadores de chistes, habiles relaciones públicas y eficaces cumplidores, perfectos seductores y teniendo aplastante seguridad en nosotros mismos no es un delito imperdonable: más bien los demás, en vez de sentir religiosa admiración y de distanciarse como frente a santones a los que se reverencia, se sentiran cómodos y nos aceptarán más como amigos que como guias espirituales.
Las personas que no se vinculan con el exclusivo afán de medrar, presumir y obtener alguna clase de beneficio egocéntrico, lo que realmente prefieren para la amistad es la sencillez, y estan predispuestos a aceptarnos en nuestra peculiaridad sin excesivas exigencias, bastando para ello la simple voluntad de participar, el aportar nuestra vida al vínculo.
Si en vez de afanarnos para resultar competentes y sin mácula nos precuparamos de disfrutar descaradamente tampoco entonces nos preocuparía la cara que ponemos, que sería como un vidrio trasparante a cuyo través miramos el mundo externo al que apuntamos.
Fuente
El psicólogo Antonio Luis Maldonado, del Centro Psicológico Alborán de Granada, explica que el rubor forma parte de la reacción de los seres humanos frente a una situación peligrosa, que implica cambios como el aumento del ritmo cardiaco, la tasa respiratoria y la tensión arterial o la dilatación de las pupilas. Esta respuesta inmediata prepara al sujeto «para luchar o huir»: con esos cambios mejora su visión periférica, activa su musculatura y, a causa de la «vasoconstricción periférica», previene un desangramiento en caso de resultar herido. A diferencia de los animales, recuerda, los humanos somos capaces de ejercitar esta respuesta ante una situación peligrosa no real, sino imaginaria.
Hay que dejar totalmente claro que el rubor ni es una enfermedad ni es un trastorno psicológico, sino que es una reacción fisiológica totalmente normal -insiste Maldonado-. Lo que es un trastorno psicológico es la fobia o el miedo al rubor, también llamada ereutofobia» (del griego ‘ereutos’, ‘rojo’, descrita por primera vez en el siglo XIX).
Calor en la cara
El psicólogo explica que el rubor facial llega a producir miedo por dos vías distintas. Por un lado, por «experiencias aversivas directas», es decir, porque la persona ha sido objeto de burlas o risas por ponerse colorada delante de otros, por lo que una sensación que antes era neutra (notar calor en la cara, puesto que uno no suele verse a sí mismo sofocado) empieza a ser temida. El segundo mecanismo es el «condicionamiento clásico» que estudió Pavlov en su famoso perro: «Como ese rubor aparece en situaciones que producen ansiedad, por ejemplo hablar en público o cometer un error social, adquiere la capacidad de producir ansiedad». En cualquiera de los dos casos, el sonrojo acaba convirtiéndose en una obsesión y, cuanto más se le teme, más fácil es ‘encenderse’.
Quien padece esta fobia, destaca el psicólogo, evita las situaciones que le sacan los colores, que generalmente son sociales. Es raro que alguien esté preocupado por ponerse rojo cuando está solo en su casa; lo que le agobia es que alguien lo vea y se ría.
«Como en otras fobias, hay también ansiedad anticipatoria» , describe el especialista. El afectado se tortura de antemano: «Cuando hable en clase me voy a poner colorado, se reirán de mí, pensarán que estoy nervioso, que soy raro, todos lo van a notar…».
Maldonado asegura que raramente se presenta la fobia al rubor en solitario; es más frecuente que ese miedo sea un síntoma más dentro de una fobia social. Así, la mayoría de los afectados experimentan también otras sensaciones desagradables en su relación con las demás personas -temblor, taquicardia, sudor…- y es frecuente que padezcan «cierto déficit en habilidades sociales», o sea, problemas para comunicarse con los demás en escenarios cotidianos y tendencia al aislamiento.
Tratamiento
El psicólogo, que aplica en su consulta el modelo conductual, destaca que el tratamiento más adecuado para la ereutofobia es «la exposición gradual en vivo con prevención de respuesta». En resumen, se trata de que el paciente se someta a las situaciones que le producen fobia, pero gradualmente: comenzará entrenando una situación social poco agobiante para él (por ejemplo, esperar en la cola del banco), cuando la tenga superada pasará a una que le produzca más bochorno (podría ser entablar una conversación casual con un desconocido) y terminará con lo que considere el colmo de lo sonrojante (una opción es intervenir en un coloquio público).
Si el temor a ruborizarse forma parte de una fobia social, agrega, habrá que aplicar también otros tratamientos, como el entrenamiento de habilidades sociales -aprender a iniciar y mantener conversaciones con conocidos y con desconocidos, decir no, pedir cosas, expresar emociones positivas y negativas, recibir críticas…-, programas de mejora de autoestima y modificación de pensamientos negativos. Algunos ejercicios se hacen en la consulta -mediante un juego de rol con el psicólogo o en grupo con otros pacientes- y otros en la vida real.
Antonio Luis Maldonado es contrario a ‘operar’ este problema sin probar antes soluciones menos radicales, ya que la eficacia del tratamiento psicológico de las fobias es «cercana al 100%». A su juicio, las técnicas quirúrgicas no tendrían que considerarse como primera opción; antes, los afectados deberían saber que hay alternativas para curar la fobia al rubor o la fobia social.
Extirpar el miedo
«Me parece una barbaridad que a una persona, no porque tiene rubor, sino porque tiene miedo al rubor, se le haga una intervención quirúrgica -indica-. En la fobia social también hay miedo a que otros te vean el temblor o el sudor. ¿Qué le extirpamos para que no tiemble? Y si tiene miedo a los ascensores, ¿qué hay que hacer, extirpar todos los ascensores de España…?». Lo correcto, afirma, es lo contrario: «En las fobias no hay que eliminar el estímulo fóbico, sino enfrentarse a él y darse cuenta de que no es peligroso, de que no pasa nada».
¿Qué es el rubor?
El enrojecimiento o rubor en la cara
¿Por qué me ruborizo cuando estoy nervioso?
La vasocompresión consigue que la sangre circule a mayor velocidad permitiendo una mayor frecuencia en el trasvase de nutrientes y oxígeno a las células del cuerpo. De este modo el cuerpo, más alimentado y oxigenado, puede iniciar con todas las garantías una acción de emergencia.
Las acciones de emergencia son aquellas reacciones que tenemos ante situaciones extremas de peligro.
De forma natural el hombre ante la detección de un peligro enciende motores para una posible acción de urgencia. Es entonces cuando notamos que se acelera nuestro corazón y aumenta nuestra frecuencia respiratoria. A la vez, y sin que lo advirtamos, se activan otros procesos en el interior de nuestro organismo como es la liberación de adrenalina por la cápsulas suprarrenales, la secreción de jugos (ph ) en el estómago y la constricción de los vasos sanguíneos para proveer a nuestros músculos de una ración extra de nutrientes y oxígeno, por si acaso ... y provocando, como efecto colateral, la aparición del rubor.
¿Por qué me acaloro y me ruborizo?
El miedo es la reacción que experimentamos ante la detección de un peligro inmediato (un perro amenazador, un delincuente, una falsa maniobra)
El hombre mejor que ninguno de los seres vivos del planeta es capaz de adelantarse a la aparición del peligro y poder de este modo, prepararse y actuar antes de que este aparezca realmente (las huellas de un lobo, el olor a gas, la puerta de la entrada abierta, los malas resultados económicos de la empresa, la tensión social de mi país, ...)
Las preocupaciones que tenemos diariamente son los temores o ansiedades ante los peligros potenciales que acechan con llegar a cumplirse (terminaré bien el trabajo? estará mi jefe contento conmigo? Podré llegar a fin de mes? ...)
Estas preocupaciones o ansiedades son las responsables de la activación de mi organismo ante la señal de alarma que provocan, generando fenómenos colaterales variados como los efectos de calentamiento que pueden convertirse en rubor.
¿Por qué otros nunca se ruborizan?
Si bien es cierto que hay personas más propensas a ruborizarse que otras, puesto que hay personas más ansiosas que otras, no es cierto que existan personas que NUNCA se ruboricen. La sensación de acaloramiento que todos sufrimos especialmente al experimentar vergüenza no siempre se traduce en un enrojecimiento de la piel puesto que factores como el color o la finura de la piel determinan en gran medida el ser fenómenos mejor o apenas observados.
¿Por qué me ruborizo si antes no me pasaba?
La respuesta es porqué he aprendido a ruborizarme cuando me pongo nervioso.
El aprendizaje de cualquier habilidad es un proceso lento que se adquiere con la repetición (andar, escribir, leer, conducir, etc.) Para ello simplemente basta practicar un suficiente número de veces.
El rubor es en sí una respuesta natural de nuestro cuerpo al experimentar tensión, como puede ser la sudoración de las manos o las ganas de orinar.
Antes o después todos hemos reaccionado sonrojándonos en alguna ocasión.
Si yo no le doy mayor importancia, incluso si ni siquiera me fijo en ello, es probable que pase tiempo antes de que vuelva a ruborizarme otra vez. Pero si un día sonrojado me siento especialmente incómodo es probable que para la próxima vez que me sienta ansioso recuerde y repita el rubor de la vez anterior. No siempre que me ponga tenso voy a sonrojarme, pero sí cada vez que lo haga voy a ir tendiendo (aprendiendo, habituándome, acostumbrándome) a reaccionar de este modo.
¿Los que se sonrojan son tímidos?
La persona tímida siente ansiedad (vergüenza) cuando se ve o se sabe observado. Su preocupación es cómo me verán los demás? temiendo siempre no conseguir la aprobación de los otros.
Sonrojarse representa para la persona tímida una manera de delatarse o de llamar la atención. Algo que en ningún caso desea. Así fácilmente la persona tímida está más atenta a la aparición del rubor que otra persona y de este modo, sin desearlo, aprende con mayor facilidad a reaccionar de este modo. Por eso las personas tímidas tienden a ruborizarse con más frecuencia.
¿Cuándo el rubor es un problema?
Cuando el rubor deja de ser una reacción normal a una tensión y se convierte en la fuente de la tensión misma.
Normal: Tensión -- Rubor
Problema: Rubor -- Tensión -- Rubor
Hablamos entonces de problema cuando pasa a ser una preocupación, un temor más (en este caso miedo a que aparezca) y que provoca que este temor al rubor genere su aparición.
¿Por qué me siento tan mal cuando me sonrojo?
Porque pienso que cuando me ruborizo estoy llamando la atención de la gente.
Y porque descubro que no sé controlar la aparición del rubor.
¿Por qué a veces dura mucho rato?
Por que el acaloramiento que sentimos en la cara es ya motivo suficiente para estar tensos y provocar más acaloramiento. Se genera el fenómeno del pez que se muerde la cola, pues la mera aparición del rubor provoca la tensión que alimenta el rubor. El fenómeno se mantiene tanto rato como prestemos atención al acaloramiento y se interrumpirá cuando nuestra atención se dirija durante un tiempo mínimo hacia otros asuntos.
¿Por qué en los mismos lugares y situaciones?
Por que donde tengo más miedo de ruborizarme es en esos lugares y situaciones. Precisamente ahí donde pienso que sería el peor lugar o la peor situación en la que pudiera aparecer mi rubor es donde ese miedo es el que provoca lo que más temo, sonrojarme. El hecho de estar nerviosos por si nos ruborizamos al entrar en esos sitios es la tensión que dispara como una espoleta obligando al cuerpo a reaccionar ruborizándose.
¿Cómo puedo evitar tener miedo?
El miedo tiene la tendencia a magnificarse cuando no está presente lo temido. El refrán No es tan fiero el león como lo pintan da una idea de lo que ocurre con las cosas que nos asustan o nos desagradan. El jefe es menos ogro cuando lo conocemos que el primer día que lo vemos, el examen de conducir es menos difícil cuando lo hemos hecho que antes de hacerlo, etc.
La expresión Más vale malo conocido que bueno por conocer da idea que tememos siempre más aquello que desconocemos que lo que conocemos. En la medida que conocemos lo que tememos conseguimos perderle el respeto y el miedo.
¿Sólo enfrentándome puedo vencer el miedo?
Sí, el único modo que tiene una persona para vencer sus temores es enfrentándose a ellos.
Imaginemos a una persona que nadando en la playa traga un poco de agua y se asusta pensando podía haberse ahogado. Después de este episodio entenderemos fácilmente sus resistencias a meterse de nuevo en el agua; ha cogido miedo de ahogarse.Lo peor que puede hacer esta persona es decidir dejarse vencer por sus temores no lanzándose al agua y dejarlo para una mejor ocasión. Cuando vuelva y quiera enfrentarse de nuevo a su miedo recordará lo mal que lo pasó la ocasión pasada y con toda probabilidad pensará que lo más prudente será dejarlo para cuando se le pase el miedo. No sabe que siempre que vuelva decidido a echarse al agua recordará el episodio que originó su temor. Pero no sólo eso, sino que además concebirá inadvertidamente, que si ha sido vencido tantas veces por el miedo es porque ese miedo es mayor de lo que suponía en un principio. Y efectivamente lo es, puesto que va sumándose y aumentando a medida que es vencido por su temor.
¿Qué ocurre si evito enfrentarme a lo que temo?
Como decíamos muchas personas, antes que enfrentarse a lo que temen, prefieren evitarlo. Con ello consiguen no sólo no acallar su miedo sino agrandarlo. Pero no sólo eso, sino que evitándolo alteran la marcha normal de las cosas. Por evitarme un mal trago AHORA pago las consecuencias DESPUÉS. Las personas que se ruborizan tienden a evitar las situaciones de contacto personal que provocan que se sonrojen y sin advertirlo van tendiendo al aislamiento.
¿Cuánto puedo tardar en recuperar el control?
Cuando se habla de aprendizaje nunca se puede hablar con precisión de tiempo. Recuperar el control emocional del miedo es una tarea que requiere el curso de unos meses hasta medio año. Existen progresos que van haciéndose más patentes conforme pasa el tiempo. Siendo en un principio más lentos y agilizándose posteriormente para ralentizarse finalmente. Las progresiones con frecuencia se acompañan de recaídas pasajeras pero importantes por ser puntos difíciles de traspasar sin alguna imperfección.
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Es tanto el énfasis que se puede poner en la educacion de los modales que como resultado del éxito formador creamos una persona excesivamente temerosa de unas voces internas -una conciencia hipercrítica- similares a las que en su día afeaban sus conductas (...no seas guarro, eso que haces es asqueroso, atufas a queso de cabrales, pareces un pordiosero, no seas grosero, malcriado ni parezcas un obseso sexual...). La posibilidad de que alguién pudiera juzgarnos en falta nos avergüenza como si estuvieramos siendo pillados en una mentira o llevásemos una mancha ostentosa.
El pudor nos conduce a resultar excesivamente comedidos, distantes, respetuosos y dificulta el contacto físico y emocional con las demás personas, con las cuales nos tendríamos que apretar la mano, abrazar, rozar, acariciar y mirarnos descaradamente para realmente compenetrarnos como humanos que somos (y no arcángeles o extraterrestres).
Además, los otros intuyen nuestra seriedad, antipatía o deseo de aislamiento, con lo cual no se animan a acercarse de una forma que supla nuestras carencias, espantados por la pasividad y el recelo que mostramos. Más que no vernos nos malinterpretan para la misma falta de señales que por cautela dejamos de producir. Nuestro comportamientono resulta coherente con nuestro deseo.
Debemos a pesar de todo exponernos, intentar acercarnos a las situaciones sociales y amorosas porque la fuerza de nuestro instinto nos dice que hemosde ir hacia los demás para satisfacer nuestras necesidades más importantes, pero este acercamiento es furtivo, temeroso, no sabemos siestaremos a la altura de las circunstancias. Y es precisamente en ese instante en el que vemos que nos encuentran y nos miran, que experimentamos la vergüenza de aspirar a su beneplácito sin sentirnos aptos para ello. El rubores una señal clamorosa que delata nuestra vergüenza, y que nos hace imposible disimular y pasar desapercibidos: creemos que el engaño está a la vista como una desagradable mentira que humilla nuestras pretensiones de normalidad.
El mismo hecho de estar avergonzados nos avergüenza como algo que no debería ser y que nos descalifica como personas débiles e inmaduras. En cambio, si no apareciera ese calor en la cara que nos enciende el farolillo rojo de ¡aviso!, no llamaríamos la atención y podríamos estar tranquilos como un ladrón que roba sabiendo que las cámaras de seguridad están apagadas. Estamos tan preocupados por eso que se escapa en nuestro rostro que el espanto de vernos perdidos desarrolla en nosotros la anticipación de toda clase de situaciones penosas que podrían sobrevenirnos con nuestra debilidad.
Estas escenas en las que enrojecemos imaginariamente nos debilitan aún más si cabe, acentuando la susceptibilidad al acercarnos a una situación real, teniendo miedo de que lo temido se realice. Contra más miedo tenemos más vergüenza podemos aportar por el hecho de sentir miedo. De hecho el rubor patológico consiste en el arte de avergonzarse de tener inseguridad y vergüenza, y este arte consiste en aumentar, exacerbar el temor a base de evitar las situaciones, beber alcohol para tener valor, estar pendientes de nuestra cara, entrar en pánico al detectar la primera señal de acaloramiento, no mirar de frente, acortar las frases, no comprometerse con nada, vernos perdidos, sumergirnos en una pesadilla interior.
Es la conducta ineficaz, son las reacciones emocionales disparatadas las que vuelven el rubor algo aparentemente incontrolable, pero sin embargo producido por nuestra propia falta de puntería.
En cuanto suprimimos toda anticipación, optando por pasar el mal trago exclusivamente cuando toca, y dedicando el resto del tiempo allevar a cabo actividades agradables, esta forma indirecta de animanos nos hace disminuir el problema. Si ademas tenemos un buen enfoque en el momento real, respirando hondo, relajándonos, y sobre todo hablando como si no suciedera nada, intentando poner la atención fuera, enlo que se dice, en lo que se ve y oye, sólo entonces, dejando detener pose de víctima sorprendida en falta, actuando a pesar de todo, condiderando más importante el hacer que concentrarse en loque se siente. sólo entonces el rubor comienza a disminuir al verque ya no nos avergonzamos de él.
El rubor es el lado fisiológico de la vergüenza, y lo que los humanos podemos controlar no es precisamente la reacción física sino lo que causa el temor. Es la autoobservación espantada, es sobreestimar lo que nos afea el sentimiento antes los juicios de los demás, es la autoexigencia poco benevolente con las debilidades, y es la cobardía de no exponerse en lo que consiste esa causa de nuestros males. En contraste con ello, el expresarnos tolerando la vergüenza como asunto decorativo menor, hablando con mas ampulosidad, extensión y voluntad de implicación, preocupandonos más por el mundo que por la apariencia de nuestra cara, y decidiendonos de una vez por todas a ser nosotros mismos tal como somos, es entonces cuando nos curamos de lo que nos debilita: el ser aguados, desleidos, sombras formales, temerosos del resultado de aparecer siendo imperfectos y únicos.
No ser compententes, guapos, simpáticos contadores de chistes, habiles relaciones públicas y eficaces cumplidores, perfectos seductores y teniendo aplastante seguridad en nosotros mismos no es un delito imperdonable: más bien los demás, en vez de sentir religiosa admiración y de distanciarse como frente a santones a los que se reverencia, se sentiran cómodos y nos aceptarán más como amigos que como guias espirituales.
Las personas que no se vinculan con el exclusivo afán de medrar, presumir y obtener alguna clase de beneficio egocéntrico, lo que realmente prefieren para la amistad es la sencillez, y estan predispuestos a aceptarnos en nuestra peculiaridad sin excesivas exigencias, bastando para ello la simple voluntad de participar, el aportar nuestra vida al vínculo.
Si en vez de afanarnos para resultar competentes y sin mácula nos precuparamos de disfrutar descaradamente tampoco entonces nos preocuparía la cara que ponemos, que sería como un vidrio trasparante a cuyo través miramos el mundo externo al que apuntamos.
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